CARTA A JOSÉ MARÍA FRANCO: PADRE, MAESTRO,
COMPAÑERO Y CONFIDENTE
Foto del gran fotógrafo aracenense, también fallecido, Tomás Martínez, cedida por la familia Franco.
Te marchaste una tarde de Abril en tu Aracena, cuando
los chopos de las umbrías comenzaban a cubrirse de hojas tintadas de verde vida
y esperanza tras los gélidos meses de vida interior y clausura forzada. Tu
impetuosa creatividad impregnada de juventud e ingenuidad luchaba contra un cuerpo
desgastado por haber vivido con una intensidad impropia de un ser humano.
Bebiste vitalidad desbordante del aire puro que
abrazaba a los ríos Tinto y Odiel en los años en los que el país sangraba por
una inútil contienda entre hermanos. Quizás por ello aprendiste a ser como
fuiste: tolerante, generoso, intransigente con la injusticia, sensible con el
necesitado, y regalaste por doquier el buen humor que te caracterizaba y que tu
entorno demandaba como al pan de cada día.
¿Sabes papá?, en estos días sólo he deseado volver
a mirarte a los ojos y que me volvieras a contar lo que ibas a pintar. Que me
describieras con absoluta claridad, con tu verbo fluido y tono apasionado,
porque eso sí, el apasionamiento que ponías en lo que hacías, es de las cosas
que más me gustaron siempre de ti. Intento ponerlo en práctica todos los días a
la hora de construir sueños en el taller e incluso transmitirlo a mis alumnos
para que no olviden que el artista ante todo debe sentir, y luego contarlo con
los pinceles, el barro, el metal, la madera, etc.
He vuelto a buscar en mi infancia y he
desempolvado aquellas largas sesiones de pintura al natural en las que te veía disponer
tu caja caballete, y cuidadosamente sacabas aquella inmensa paleta de madera de
nogal. Inmediatamente después, como por arte de magia, aparecía un gran lienzo
y lo plantabas frente al paisaje.
Minutos más tarde, te desentendías de todo y
arrugando la frente, entornabas los ojos y perdías tu mirada en el infinito;
dabas un paso atrás y al poco uno hacia delante, y con el dedo y murmurando (no
sé qué) tocabas distintos puntos de manera precisa en el lienzo… era como si
hablaras con el cuadro, y en ese diálogo no existía nadie más, sólo podía
percibir alguna expresión como: “eso es, eso es”, “extraordinario”, “qué
barbaridad”, “ esto es estupendo…”
Yo observaba estupefacto y por aquel entonces
pensaba que… bueno, en mis cortas entendederas no sabía ni qué pensar, pues
eras como un divino loco que hablaba con una tela deshaciéndote en elogios por
aquel espectáculo tan brutal de la naturaleza.
Inmediatamente después, rebuscabas en el fondo de
ese laboratorio de multitud de botes sin orden aparente y realizabas una rápida
y certera selección entre ellos, y sin apenas despegar la vista del paisaje
entre morisquetas y susurros de pasos inciertos, cogías tu paleta en la mano y
comenzabas a abrir esos envases mágicos de los que brotaban colores intensos que
ibas distribuyendo sobre la curvada madera.
Y ese protocolo lo repetías una y otra vez, ante
el asombro de aquel niño que te observaba intentando encontrar razón lógica que
lo justificara.
Pasado el tiempo y conforme fui creciendo, me
fuiste haciendo partícipe de aquel diálogo misterioso, y me desvelaste tus
secretos, y aún recuerdo cuando me decías: “mira Alberto que gama de grises hay
en esas nubes, es una maravilla… los grises son muy difíciles, la gente cree
que es blanco y negro, y en realidad el negro no existe. Es la ausencia de
color,…además el negro ensucia el resto de colores”.
Otras veces el turno era de los verdes, de gamas
cromáticas y me señalabas del natural como referencia necesaria, del aire y la
atmósfera, términos casi abstractos los cuales había que capturar en el lienzo.
Me diste toda una lección de arte y vida, dejándote sorprender por lo más
insignificante y deleitándote con la mayor de las creaciones de Dios: la
Naturaleza; cargada de secretos que siempre buscaste y me enseñaste a ver y
sobre todo a escuchar y comprender como el paisaje habla en el sonido del
viento, en el canto del pájaro, en el cencerro lejano del ganado que pasta y en
sus silencios, que tan necesarios son también en la música.
Cómo me acuerdo de ti en cada tronco desnudo de
castaño, que están comenzando a despertar del letargo invernal, con el pecho
abierto de dolor por haberte perdido como compañero en cualquiera de las
estaciones del año.
En estos momentos en los que tu ausencia me abruma
y ahoga, noto como los verdes se hacen más intensos y luminosos en una explosión
cromática de luces únicas, celajes de azul puro que anuncian lejanías como las
de tus lienzos, y algún amarillo más propio del otoño que de la primavera, pero
que ha querido lucir en tu honor y memoria.
Es como si el campo que tanto frecuentaste
quisiera tornar otoño hermoso y triste a la vez, por la muerte de uno de los
suyos. Y es que no me cabe la menor duda de que tu presencia está en ese rayo de luz naranja
puro del último hálito del día, que acaricia los montes o las plateadas aguas
de la Ría de tu Huelva. También en ese rayo verde del que tanto me hablaste que
sólo se ve en nuestro Ayamonte, y en raras ocasiones tras la tormenta. Creo
sinceramente que en ese verde de luz telúrica y de celestial procedencia estarás
siempre tú, observando como el Guadiana muere en Canela, y se abre al océano eterno
donde están los hombres buenos y honestos como fuiste tú, bajo la mirada del
Todopoderoso, que te agradece haber querido y mimado su gran creación como
nadie.
Hasta siempre papá, hasta siempre compañero,
gracias por haber existido y dejarme compartir contigo tu experiencia vital.
Alberto Germán Franco Romero
Hijo del pintor JOSÉ MARÍA FRANCO
Escultor, Dr. en Bellas Artes
Profesor de la Facultad de Bellas Artes
de la Universidad de Sevilla
* CARTA escrita por su hijo Alberto Germán y el único medio elegido en Aracena para su difusión ha sido el BLOG Aracena Noticias.
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